Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

miércoles, 9 de enero de 2013

Capítulo 4, la ciega 5.


Estaba despierta.

La ciega era real.

Habían abierto las puertas de la furgoneta para despertarme. Pablo trataba de tranquilizarme.

- Estabas teniendo una pesadilla -me explicó-, te movías y gritabas.
- ¿Quién es ella? - pregunté a Pablo señalando a la ciega.
- Me llamo Helena - Respondió con una hermosa sonrisa. Su voz era muy sensual. - Tenéis que iros de aquí. – Dijo cambiando la sonrisa por un gesto de preocupación.

Helena era muy atractiva. Un poco más joven que yo, el tipo de mujer que me resulta atractiva. Un cuerpo con curvas, bien formado, sin nada de qué avergonzarse. Sus labios eran carnosos y pese a la neblina de sus ojos ciegos era muy guapa. Llevaba un hiyab celeste a juego con su vestido, un traje entallado también celeste, con adornos dorados y blancos. Se apoyaba en un bastón de madera. Nunca se apartaba de aquel, su único y verdadero ojo.

- Se presentó de golpe en la noche, - me explicó Pablo - Aporreó la puerta de la furgoneta hasta que me despertó.
- No teníais que haber venido a New Haven - advirtió la ciega - La policía os busca, y lo que es peor, las bandas fascistas también. Tienen órdenes de machacar a todas las negras que se presenten en la ciudad en compañía de un viejo y un adolescente.
- ¡Yo no soy un adolescente! - protestó Pablo. La ciega le ignoró:
- Y justo venís a pasar aquí la noche. El dueño de esta chatarrería es un conocido fascista. Antes de que amanezca vendrán a por vosotros.
- ¿Y tú quién eres? - era Víctor quien preguntaba, mirando de arriba a abajo a Helena como si aquella mujer le sonara de algo.

La ciega se mostraba nerviosa e impaciente, giraba su cabeza como tratando de escuchar sonidos que a nosotros se nos escapaban, como si estuviera siempre alerta y preocupada por lo que pudiera suceder. Ante la pregunta de Víctor pareció resignada, negó con la cabeza y comenzó a explicarnos quien era, tranquilamente:

- Trabajo en la Organización Republicana de Ciegos. Normalmente me encargo de ayudar a otros ciegos para que consigan subvenciones y ayudas... Pero la Organización me pidió que viniera aquí para reportar un informe por las graves discriminaciones que suceden en New Haven. Sí. No todos los organismos republicanos están dirigidos por fascistas, o por cínicos amigos de fascistas. Mucha gente en la Organización Republicana de Ciegos aún vela por los desamparados.
- Si son ciegos – le interrumpió Pablo.
- Sí, -continuó la ciega- si son ciegos. El caso es que tengo un amigo que trabaja en la policía. Me alertó de vuestra llegada. No me creeréis, pero mi padre era bolchevique... El gobierno puede decir misa, pero sé que no sois terroristas.
- ¿Cómo nos encontraste? - le pregunté
- Se lo oí a un vigilante de la chatarrería. Sí, mientras se emborrachaba en el bar de la pensión en la que me alojo. Es aquí cerca. Para él soy la 'puta mora ciega'... Es otro fascista. ¡Están de camino! En pocos minutos vendrán una docena de energúmenos fascistas, muchos borrachos, dispuestos a abriros la cabeza.
- Pero eres ciega, -señaló Pablo- ¿cómo es posible…?
- Ya os lo dije, se lo oí a un vigilante. Encontraros fue fácil. Soy ciega, no tengo miedo a la oscuridad.

Nos miramos unos a otros. Víctor escudriñaba a la ciega de arriba a abajo, preguntándose en dónde la había visto antes. Yo también la miraba, pero con otros ojos. Había algo en aquella muchacha… su voz, su sonrisa… Me gustaba.

- Conozco a un estudiante que os podrá ayudar. –continuó hablando. - Es amigo de los bolcheviques. Os puedo llevar a él, pero ahora deberíamos irnos de aquí. Estamos en peligro.

Miré a Pablo, se encogió de hombros. Víctor no soltaba prenda. Así que yo tomé la decisión. Ayudé a Helena a que subiera a la furgoneta y le indiqué a Pablo que nos sacara de allí.

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