Yak yacía con una puta. Se despertó y la miró con desprecio. Estaban sobre un colchón que apestaba a orines en un cuarto destartalado y sucio de algún hotelucho de las casas baratas. Le dolía la cabeza por la resaca y notaba la lengua como la suela de una alpargata.
La prostituta resopló. Trataba de seguir durmiendo dándole la espalda al cliente. Era una pancha jovencita. Antes de inflarse como globos al dejar la pubertad, las jóvenes panchas tienen cierto parecido con las mamonas, más peludas entre otras diferencias, lo que las hacia apetecibles tanto a los lores como en este caso a Yak.
Yak trató de incorporarse. No sabía nada de la detención de su hermano. Hacía un par de noches se había ido de casa con sus amigotes para correrse otra juerga más: drogas, juegos, putas... y las fechorías de siempre.
Habían embaucado a un sapo. Eran sus víctimas favoritas porque eran estúpidas y engreídas. Le habían hecho creer que era un fuera de serie apostando en carreras para luego desplumarlo.
Yak no entendía porque sus hermanos se habían hecho tan amigos de uno de esos seres tan repulsivos y viscosos. Bueno sí, Gloob había colocado al buenazo de Yon; tan buenazo, tan agradable, tan perfecto que ahora trabajaba plácidamente en una oficina. Pero Yak sabía que pronto tendría la oportunidad de demostrar su valía, de salir de este maldito agujero, este pozo... dejar Arrinton y quien sabe hasta dónde llegar.
Pasos fuertes en el pasillo interrumpieron sus pensamientos resacosos. La prostituta también se incorporó. Primero solo aporrearon la puerta. Pero sin darle a Yak tiempo de nada, optaron por tirarla abajo.
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