- Bienvenido amigo. Te hemos reclamado porque nos hemos visto obligados a tomar una dolorosa decisión.
Aguantó como pudo. Sabía lo que iba a suceder. No quería darles el gusto de desmoronarse. No quería darles el gusto de que vieran como destruían su vida.
- Has sido uno de los más brillantes dirigentes del Partido. Has jugado un papel clave en numerosas misiones. Eres inteligente, capaz de agrupar a la militancia con tu carisma. Tienes garra y arrojo. Pero no puedes seguir en la dirección.
Esperaban alguna respuesta emocional. Esperaban que su carácter vivo saltara y reventara aquella farsa llena de diplomacia y falsa cortesía. Pero se contuvo. Aguantó estoicamente cómo Orestes y Luisma añadían un listado de errores y faltas que se remontaban al inicio de los tiempos y que según ellos justificaban el que tuviera que rendirse ante ellos. Podía haber desmontado todas aquellas acusaciones. Unas eran falsas, otras eran medio-verdad. Juntando unas con otras, todas ellas sin relación entre si, formaban un imponente pliego de cargos. Pero optó por callarse, por dejar que terminaran de escupir aquella burda manipulación. No tenía ningún sentido que tratara de defenderse ante ellos. Todo lo que dijera lo utilizarían contra él. La decisión hacía muchos meses que la tenían tomada y sólo habían esperado al mejor momento para hacerla pública. Fue para él especialmente doloroso cómo utilizaron un incidente con una compañera a la que él había tratado de ayudar, con la que se había volcado. Pero todo lo que había hecho, todo lo que había construido no servía de nada cuando los criterios a valorar son el servilismo y la sumisión. Orestes nunca consentiría que nadie le disputara la máxima autoridad del Partido. Hasta entonces se había llevado por delante a todo aquel que se había puesto en su camino. La manipulación y las verdades a medias se combinaban con métodos policiales y sectarios: interceptar correos personales, crear vínculos personales - o destruirlos-, ayudas económicas, victimismo... Él ya no podía hacer nada.
- Es una decisión muy difícil para nosotros - terminó de explicar Orestes mientras Luisma , un segundón que siempre seguía sumisamente a Orestes, asentía con la cabeza.
No les dijo nada. Sólo emitió una leve carcajada. Se dio media vuelta y comenzó a subir hacia la salida del salón de actos.
- ¿Te vas sin más?
Verónica.
¡Esa bruja! La había evitado hasta entonces. No se volteó para mirarla, simplemente su voz le hizo dudar y detenerse. Era una degenerada. Atractiva, rubia, capaz de atrapar con sus encantos a hombres y mujeres. Ella era en gran parte responsable de lo que había sucedido. Ella le odiaba y quería disfrutar de ese momento y si él no explotaba, si él no se mostraba destrozado, no se sentiría plena en su victoria.
Optó por ignorarla y continuar su marcha.
- Si te vas ahora, nunca te ayudaremos. Estarás sólo. - Gritó amenazador Orestes.
Estaba dispuesto a enfrentarse a lo que viniera. Sólo temía una cosa. Que la ira y el resentimiento le corrompieran el alma. Si quería evitarlo, tenía que apartarse de toda aquella gente.
Salió del salón de actos y buscó la salida del Smolny, evitando la mirada inquisidora de otros miembros del Partido. De refilón vio a su discípulo. Se había equivocado, no estaba en el salón de actos, pero pronto llegaría a la Ejecutiva. Era el precio de la traición. El discípulo, un joven rubio, atlético y atractivo -justo lo opuesto a su figura morena y mucho más modesta-, eludió su mirada. Se notaba que, para sus adentros, estaba avergonzado del papel que había jugado. Él no pudo evitar detenerse y lanzarle una mirada, no de odio, sino de pena, muy consciente de que si la ambición de su discípulo le llevaba hasta donde él había llegado, Orestes no dudaría ni un instante en volver a utilizar sus malas artes para aplastar cualquier sombra de oposición.
No perdió más tiempo y abandonó el Smolny, pensando que lo hacía para siempre.
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