Los monjes pudieron librarse del Candidato, pero no de la tropa federada que se presentó ante el monasterio de mujeres poco después del medio día. Sin mediar palabra atacaron el edificio con fuego y hierro. Las monjas no podían ofrecer ninguna resistencia y los monjes del monasterio masculino que acudieron a tratar de frenar la matanza fueron asesinados. Las mujeres que sobrevivieron fueron violadas hasta la muerte y del edificio solo quedaron cenizas y piedras ennegrecidas.
Los campesinos que presenciaron la carnicería no comprendían como era posible que los mismos bárbaros cristianos aniquilaran a los mismos monjes cristianos que en el pasado habían protegido. Volvieron a sus hogares con el convencimiento de que todo el discurso sobre la paz, el perdón y el amor de los predicadores cristianos no eran más que mentiras.
Pero Helena pudo salvarse. Quizás los federados llegaron antes de lo esperado, pero la presencia del Candidato alertó tanto al abad como a la abadesa de que debían poner a Helena a salvo.
Con las tropas federadas ya a las puertas del monasterio la abadesa sacó a Helena de su celda y la llevó a la capilla del edificio donde el abad y el padre Andrés la esperaban rezando. La chiquilla no entendía nada y estaba muerta de miedo.
- Esta es la abominación? - preguntó Andrés con un tono amenazador y cortante.
- Hola Helena - le dijo el abad con mucha más suavidad -. Este es el padre Andrés. Antes de monje fue guerrero. Luchó contra un dragón y le derrotó y te protegerá del mal. Abadesa, llévales a las cuevas. Yo trataré de tranquilizar a los soldados.
Fue la última vez que vio al abad.
La abadesa casi llevaba arrastras a Helena, cogiéndola con fuerza de la mano. Detrás les seguía Andrés que mostró bajo su túnica que llevaba una espada. Bajaron al sótano del monasterio y la abadesa por fin les mostró una puerta que conducía a una oscura gruta. A sus espaldas se oían gritos y los brillos rojizos del fuego.
- Cristo te guarde Helena - la abadesa lloraba.
- Madre! Abadesa! Qué sucede? Es todo esto por mi culpa?
- Escúchame Helena: Hace catorce años un soldado santo enviado por los cinco patriarcas te trajo de Oriente junto a tu hermana gemela para que te protegiéramos. Nos hizo jurar al abad y a mí sobre una cruz que os protegeríamos, que velaríamos por vosotras. Nos dijo que erais importantes. Que en vuestro interior latía un gran mal, pero que en nuestras manos podíamos salvaros y hacer el bien.
- Pero...
- Escúchame! No hay tiempo! A las pocas semanas nos atacaron los campesinos. La guarnición de la ciudad luchaba al sur contra un pretendiente a la púrpura y los federados aun no estaban en Hispania. Para que no destruyeran el monasterio accedimos a pagar un rescate a los campesinos: Se llevaron una reliquia pagana de las cuevas por las que vas a escapar, pero también exigieron llevarse a quince monjas para convertirlas en sus esposas. Pero además, uno de ellos, un cabecilla, se encaprichó de vosotras. No tenía hijos y al parecer siempre había querido una niña. Desesperadas negociamos con ellos para que se llevaran a tu hermana a cambio de que sólo secuestraran a cinco de las monjas. Eso sí, el campesino se comprometió a cuidarla como su hija y a mantenernos informada de ella. Al cabo de los años perdimos el contacto. Incumplimos el juramento y por eso desde entonces sólo hemos conocido desgracias. Andrés te ayudará a encontrar a tu hermana y entonces acudiréis a Tarraco junto al obispo.
La abadesa lloraba. Helena lloraba. Solo el padre Andrés se mantenía de piedra. Anciana y muchacha se fundieron en un abrazo sabiendo que sería el último y que no se volverían a ver nunca más.
Los gritos estaban más cerca. Ya no había mas tiempo.
La abadesa soltó a Helena mientras Andrés encendía una antorcha. Fue entonces el monje el que sujetó con fuerza la mano de la joven arrastrándola tras de sí. Entraron en la cueva sagrada y la abadesa cerró la puerta tras ellos.
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