- Lamento no poder ayudarle tribuno. Usted comprenderá que abandonan a muchos niños en el monasterio. No todos sobreviven, no a todos podemos mantener... Vivimos tiempos oscuros de barbarie, hambre, miseria... No solo paganos, también buenos cristianos huyen de las ciudades escapando de la guerra y del recaudador de impuestos. Llevan a sus familias con ellos, pero...
- No busco a las hijas de un esclavo - interrumpió Gregorio alterado por las escusas del monje -. Ellas son especiales. Sin duda, padre, las conoce: Son gemelas y llevan las dos tatuada en uno de sus hombros un símbolo caldeo, la estrella de Ishtar...
Fue el otro monje el que interrumpió al tribuno. Estaba sobreescitado, enrojecido de ira por las palabras de Gregorio.
- Estamos en un recinto sagrado, consagrado por Cristo nuestro señor. ¡Y usted mancilla esta santidad mencionando como si tal cosa u una de las manifestaciones del Diablo!
- Disculpe.
Gregorio trató de apaciguar al monje exaltado, pero no lo logró con simples disculpas:
- Cuántos paganos, de corazones corrompidos y almas entregadas a falsas deidades, dicen abrazar la fe católica. Se pudrirán en el infierno por contaminar y corromper a la Iglesia, pues como San Zósimo ha demostrado, detrás de cada herejía hallamos a un falso cristiano, incluso en la corte.
A Flavio Gregorio no le interesaban las discusiones teológicas, pero el monje de ojos azules parecía un fanático y el abad no hacía nada por contenerlo.
- Sufre el campesino, se desangran las fronteras y se empobrecen las ciudades y no es más que un castigo divino por tanta hipocresía. Sólo abrazando al único y trino Dios verdadero alcanzará el hombre el perdón de sus innumerables pecados. Necesitaremos una guerra y un mar de sangre y dolor y es que sólo a través de la purificación a través del Apocalipsis derrotaremos al Demonio.
Sólo cuando su compañero parecía ya más tranquilo, volvió a hacer uso de la palabra el abad:
- Disculpe al padre Andrés. De joven tuvo que luchar contra un dragón y el lance lo sensibilizó sobremanera contra las manifestaciones del mal. Es una gran ayuda y le estamos muy agradecidos - el abad se inclinó ante un padre Andrés definitivamente más sosegado-. Pero volviendo al asunto que le ha traído aquí, lamento insistirle en que no podemos ayudarle, hijo mío. No quería hacerle perder más tiempo -trató de sentenciar el abad.
- ¿Pero y las niñas?
- Lo siento de veras, pero he de pedirle que se vaya. No me obligue a recordarle que aquí la única autoridad es la que confiere Jesucristo.
Se iba ya resignado Gregorio cuando el padre Andrés decidió volver a exhortarle, pero en esta ocasión con otro tema muy delicado para el tribuno y que para su sorpresa no había pasado desapercibido a los ojos del monje:
- Es candidato del emperador de Oriente y sin embargo no lleva su exclusivo torque de oro. ¿Lo ha perdido? No lo creo. Sin él no se atreverá a regresar a la corte imperial. Flavio Gregorio, pudo haber venido a vernos perfumado y afeitado, pero los baños termales no limpian el pecado como el agua bautismal. Tiene el alma ponzoñosa y perdida y deberá rezar con sinceridad y mucha penitencia para encontrar el camino de Dios.
"Rezar", pensó Flavio Gregorio saliendo del monasterio, "Lo que tengo que hacer es encontrar a la maldita puta que me robó el torque" y "¿Cómo diablos se habrá fijado el monje en el torque?
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