Se despertó con mucha resaca. Le dolía la cabeza y notaba la boca áspera como la suela de una sandalia. "Demasiado vino", pensó, pero le apetecía toma algo que le saciara la sed y le relajara las molestias.
Se llevó las manos a la cara para bostezar y se notó afeitado. Sí. Ahora lo recordaba. Un par de meretrices le habían afeitado y le habían lavado. Vio su ropa, armadura y armas en una esquina de la habitación donde se hallaba.
Pero también comprobó que le faltaba algo de mucho valor para él. No era dinero. Ya estaba sin blanca. Era su torque!
El torque es un collar con forma de aro metálico que casi rodea todo el cuello. Los soldados de la Escuela Palatina llevaban uno de oro obsequio del Emperador. Gregorio lo había conservado incluso cuando por culpa del agente Antíoco le habían desplumado en Sicilia al hacer escala camino de Hispania. Era un completo deshonor perder su torque.
El torque es un collar con forma de aro metálico que casi rodea todo el cuello. Los soldados de la Escuela Palatina llevaban uno de oro obsequio del Emperador. Gregorio lo había conservado incluso cuando por culpa del agente Antíoco le habían desplumado en Sicilia al hacer escala camino de Hispania. Era un completo deshonor perder su torque.
Bajó indignado a hablar con el tabernero. No estaba, debía dormir y en su lugar estaba un chico joven, probablemente su hijo. Gregorio, lleno de ira, desenvainó su espada y se lanzó contra el muchacho llevándole el filo hasta su yugular.
-¡Quiero mi torque!
El chico reaccionó con un grito de sincero miedo. Era muy joven y aunque en la taberna se producían día si y día también, trifulcas, nunca había sido objeto de una amenaza tan seria. Notando el hierro en el cuello se meó encima, no dejaba de sudar y estaba a punto de llorar. Por supuesto, nadie de los presentes hizo el más mínimo gesto de acudir en su ayuda.
El chico reaccionó con un grito de sincero miedo. Era muy joven y aunque en la taberna se producían día si y día también, trifulcas, nunca había sido objeto de una amenaza tan seria. Notando el hierro en el cuello se meó encima, no dejaba de sudar y estaba a punto de llorar. Por supuesto, nadie de los presentes hizo el más mínimo gesto de acudir en su ayuda.
- No... no sé de que me habla señor.
Gregorio sabía que el muchacho realmente no sabía nada, pero la ira y la vergüenza le dominaba. Pero si seguía presionando la espada sobre el cuello le haría sangrar y muy probablemente le cortaría y le mataría y entonces no conseguiría nada de información. Suavizó la presión y exigió al chico que le contara todo lo que sabía de las putas que le habían atendido por la noche. Sin dejar de estar asustado, el chico sólo alcanzó a explicarle que él era el hijo del tabernero, que su padre dormía y que por la noche solían ejercer en la taberna tres prostitutas aparte de su hermana, que ella trabajaba en la cocina y limpiando y que él no sabía absolutamente nada de ningún torque (Esto lo repitió varias veces y cada vez que lo mencionaba irritaba aún más si cabe a Gregorio).
Gregorio sabía que el muchacho realmente no sabía nada, pero la ira y la vergüenza le dominaba. Pero si seguía presionando la espada sobre el cuello le haría sangrar y muy probablemente le cortaría y le mataría y entonces no conseguiría nada de información. Suavizó la presión y exigió al chico que le contara todo lo que sabía de las putas que le habían atendido por la noche. Sin dejar de estar asustado, el chico sólo alcanzó a explicarle que él era el hijo del tabernero, que su padre dormía y que por la noche solían ejercer en la taberna tres prostitutas aparte de su hermana, que ella trabajaba en la cocina y limpiando y que él no sabía absolutamente nada de ningún torque (Esto lo repitió varias veces y cada vez que lo mencionaba irritaba aún más si cabe a Gregorio).
Pero el Candidato no podía entretenerse allí por mas tiempo. Tenía la reunión en el monasterio y se le hacía tarde. Apretando los puños y con las venas del cuello inflamadas por la ira decidió que no podía hacer otra cosa que volver a recuperar su torque más tarde. Envainó su espada, exigió una jarra pequeña de vino para desayunar y se marchó en cuanto la hubo apurado. Sólo entonces el muchacho volvió a respirar aliviado.
¡Qué nuevo deshonor para Flavio Gregorio! ¡Qué desastre! A este paso no podría volver a Constantinopla. Porque efectivamente, una de las prostitutas que le habían atendido por la noche le había robado el torque de oro.
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