Explicó la pura verdad y le creyeron. Él pensaba que al describir lo sucedido, al señalar como por su culpa sus dos compañeros habían muerto, sería castigado, incluso expulsado con deshonor de la milicia. Pensaba que se lo merecía. Se torturaba convencido de que si hubiera gritado, si les hubiera avisado, ahora ellos estarían vivos.
Pero no fue así. La milicia le condecoró por su valor. Sus compañeros le trataron como un héroe, le admiraban y se hacían fotos con él. Le decían que había sido muy valiente, que además había desvelado una treta horrible que seguramente ya habría costado la vida a decenas de milicianos y que gracias a él estábamos en situación de lanzar una ofensiva que libraría a Caledon del cerco fascista.