Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Capítulo 3, la última bolchevique 4.


Pablo sujetó con fuerza la pistola, la observó como el que mira a un demonio y me lanzó una mirada como si me gritara: “¡lo hago por ti!”. Me ruboricé y aparté mis ojos. Volvieron a escucharse disparos dentro del cine.

- Cuando grite ¡ya! Salís corriendo hacia Bella - nos ordenó Pablo.
- Cuando corramos, mantengámonos alejados unos de otros para dificultar la diana - recomendé a Víctor y Bruno como si de los tiempos de la guerra se tratara.

Pablo dio un salto acrobático que nos sorprendió a todos - y me apuesto que también a los paramilitares - y disparó un primer tiro a la azotea mientras lanzaba el grito convenido. No alcanzó a Numero 2, pero nuestro rival tuvo que esconderse, perdiendo ángulo de tiro. Nosotros salimos corriendo. Volvía a escuchar el silbido de las balas rozándome, como en la guerra. Mientras, en pleno vuelo, Pablo se giró y trató de disparar a los paramilitares que teníamos a nuestra espalda. ¡Encasquillada! Lo volvió a intentar. ¡Encasquillada! Su vuelo terminó y se encontró frente al enemigo, desarmado y solamente protegido por el francotirador del cine. Los demás llegamos a la puerta a salvo y entramos en el edificio, pero yo no pude evitar mirar hacia atrás y comprender horrorizada que aquel extraño muchacho estaba perdido. ¡Pablo!

Ahora, tiempo después de todo aquello, debo reconocer que los lectores pensaran que lo que cuento es imposible, que teníamos una “flor en el culo”. Quizás simplemente era verdad lo que había dicho Número 2: que tenía muy buena suerte para encontrarme y muy mala para capturarme... El caso es que Pablo sobrevivió. ¿Cómo? En aquel momento ni él, ni ninguno de nosotros lo sabíamos. Los paramilitares dejaron de disparar y el muchacho, tras un instante de incredulidad, reaccionó para dar media vuelta y correr hacia nosotros como una gacela, alentado por Bruno, Víctor, Bella y yo misma, que me sentía responsable por haberle mandado a una muerte casi segura.

Pero ¿qué fue lo que pasó? Pues que como recordaran, la ciega también nos seguía el rastro. Tenía instrucciones precisas y no podía permitir que un grupo de mercenarios se interpusiera entre ella y nosotros. Sus afilados sentidos la llevaron a las espaldas de los seis paramilitares que disparaban contra el cine. Ellos ni notaron su presencia. En palabras de la ciega que mucho más tarde me diría “eran sucias dianas de ruidos y sudor impotentes para unas artes tan letales como las mías”.

En su bastón, que siempre le acompañaba, la ciega guardaba cuchillos arrojadizos. Lanzó un primer cuchillo y acertó de lleno sobre una primera víctima. Sin dar tiempo a nada, lanzó otro y también acertó. Se refugió entonces tras una estructura metálica y tras concentrar durante un instante su oído, lanzó un tercer cuchillo. Éste impactó en la pierna de otro paramilitar que cayó al suelo retorciéndose de dolor. Un cuarto se desprotegió y fue alcanzado por una bala del francotirador. La ciega no lo vio, pero lo escuchó y notó su sangre. Se lanzó entonces contra otros dos, los últimos, que aterrados no fueron rival para ella. Con su bastón les desarmó para luego golpearles en los testículos, en la cara y en la barriga. Finalmente los derribó, a uno barriéndolo y clavándole el bastón en el estómago, al otro tras un contundente bastonazo en la cabeza. Al herido en la pierna le propinó una patada en la cara que le dejó inconsciente.

Ahora su víctima estaba dentro de un cine oscuro. Sin luz. De allí no escaparía.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Capítulo 3, la última bolchevique 3.

Nos adentramos por las ruinas del barrio de Lacánsir. Montañas de escombros, basura, estructuras de hormigón apiladas -lo que antes eran edificios-, cristales rotos, desnaturalizados por el sol y la lluvia, ladrillos pulverizados, madera podrida... Un escenario que recordaba a los campos de batalla, pero en el mismo corazón de la República. Hasta ese barrio habían llegado los obuses y morteros de los fascistas. Avanzamos hasta un cráter. A partir de ahí no quedaba más remedio que continuar a pie.

Por suerte el bebé dormía, así que Bruno podía llevarlo sin problemas en sus brazos, mientras cargaba una mochilita con un pequeño biberón con leche y toallitas y talco que había comprado en la gasolinera.

El sol comenzaba a alzarse en el horizonte, debían ser las siete y media de la mañana. Anduvimos entre lo que en el pasado habías sido calles atestadas de vida y movimiento. Ahora lo único vivo eran las palomas, ratas y cucarachas que se habían apropiado del barrio. De fondo ya se podía ver el cine de Lacánsir: toda aquella majestuosidad, fama y glamour que había tenido... y ahora sólo era un edificio en ruinas.

Algún ruido despertó al bebé. Bruno trató de calmarle, palmaditas en la espalda, caricias... ¡Ya estábamos cerca del cine! Pero lo que primero detectó el bebé ahora lo oíamos todos nosotros: un helicóptero volaba sobre nuestras cabezas... Ni se me pasó por la imaginación la posibilidad de que fuera Número 2. Continuamos hacia el cine. Estaba situado en la que antes era una plaza. Había restos de una fuente y de lo que en el pasado habían sido jardines, pero justo en el centro se hundía el asfalto en otro cráter. El bebe seguía llorando. Sentía algo que a nosotros se nos escapaba.

- ¡Hola querida! Jajaja - tronó la voz de Número 2 desde la azotea del cine. - ¡Ríndete! Estas rodeada. - Otra vez escuchaba esas palabras, presagio de conflictos y muertes.

Miramos a nuestro alrededor y, efectivamente, detrás nuestra se hizo notar un grupo de paramilitares. Parecía que no había salida. Instintivamente todos levantamos los brazos, excepto Bruno que cubría con su cuerpo a su frágil hija.

- Reconozco que contigo tengo una suerte agridulce querida. Tengo suerte para encontrarte, aunque en el hospital tuve muy mala suerte para retenerte. Pero no creo que ahora te salven las BAB jajaja. -continuó con su cháchara Número 2- ¡Quedaos donde estáis!

Y eso pensábamos hacer, inmóviles y sin saber cómo salir de esa encerrona. Hasta que, de improvisto, se oyeron unos chirridos de metal oxidado: los portones del cine se fueron abriendo lentamente. Todos nos quedamos mirando con la boca abierta. Sólo faltaba que del interior del edificio saliera un manto de niebla y oyéramos un aullido para que pareciera una vieja película de terror, de las antiguas de blanco y negro. Lo cierto es que nadie parecía haber abierto aquellas antiguas puertas, sólidas y pesadas, y sólo había oscuridad en el interior del cine.

De golpe pudimos ver a tres paramilitares como empujados más allá de las puertas, fuera del edificio. Pero no eran ellos los que se movían... De hecho, ellos estaban rígidos, pálidos… y tras el impulso que les había sacado, los tres cayeron de bruces contra el suelo. ¡Estaban muertos!

Nos asustamos. Incluso uno de los paramilitares que teníamos a nuestra espalda emitió un leve grito. Esperamos, a ver que sucedía. Eso sí, completamente quietos. Pero nada más salía del cine.

- ¿Qué diablos sucede? - preguntó impaciente Número 2, que no había visto a los mercenarios muertos y no entendía porque sus hombres estaban quietos como estatuas.

Los paramilitares hablaron entre ellos visiblemente impresionados. Finalmente, uno de ellos, presionado por su superior, se decidió a avanzar lentamente hacia el cine, para examinar los cadáveres. Probablemente en su mente supersticiosa todas las leyendas sobre Lacánsir tomaron forma. Los fantasmas del cine, las víctimas de los bombardeos que seguían viendo las antiguas películas, habían asesinado a sus compañeros por profanar con sus armas aquel barrio fantasma. El paramilitar nos bordeó sin reparar en nosotros. Era evidente que tenía mucho miedo: miraba a un lado y a otro y caminaba paso a paso con el gesto descompuesto y el arma dispuesta para disparar.

Pero los fantasmas no existen: Justo cuando nos había adelantado se oyó un disparo seco y aquel hombre también cayó al suelo fulminado. Los demás paramilitares corrieron a refugiarse tras unos pilares de hormigón.

- ¡Os juro que no soy yo! - dijo nervioso Pablo.
- Refugiémonos dentro del cráter - aconsejó Víctor - ¡Ahora o nunca!

Corrimos hacia el cráter mientras que más disparos salían del cine. Pero las balas no iban dirigidas contra nosotros, sino contra los paramilitares. Arriba en la azotea, Número 2 agitaba los brazos como un loco dando instrucciones a sus hombres. Sus hombres respondían al ataque disparando a ciegas contra las ventanas y puertas del antiguo cine. Sin que cesaran los disparos, refugiada tras uno de los portones del cine se asomó Bella, la hermana pequeña de las gemelas:

- ¡Rápido, venid! – Nos dijo mientras se cubría para evitar los disparos de los paramilitares.

Era arriesgado, solo el hundimiento del cráter nos protegía de una línea de fuego cruzado. Además desde lo alto, Número 2 dominaba toda la plaza. Yo conservaba la pistola del hospital. La revisé, era una semiautomática de dieciocho balas. Quedaba una, a lo sumo dos balas, más la de la recamara. Pablo se había deshecho de la suya en el parquin, aunque era probable que también estuviera en las ultimas tras los tiroteos en el hospital que nos permitieron escapar.

Mire al muchacho. Me había impresionado la expresión de su cara cuando había arrojado al suelo su arma. Era una mezcla de odio, asco... No me atrevía a pedirle que nuevamente utilizara una pistola. Miré a Víctor, me comprendió y asintió con la cabeza. Por último observé a Bruno, estaba demasiado ocupado preocupándose por su bebé, en un vano esfuerzo de que no escuchara las balas tapándole sus orejitas. El bebé lloraba desconsoladamente.

- No me lo pidas, por favor - me rogó Pablo.
- Eres nuestra mejor opción y el tiempo se agota. - le dijo Víctor.

Y así era. De los dos francotiradores, uno ceso de disparar. Poco después se escucharon disparos procedentes de dentro del cine. Probablemente Numero 2 tenía más hombres en la azotea y les había enviado para cazar a los francotiradores. Por otro lado, un paramilitar estuvo a punto de alcanzar a Bella, que tuvo que medio cerrar uno de los portones del cine para protegerse mejor de los disparos.

Realmente el tiempo se agotaba.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Capítulo 3, la última bolchevique 2.


Los cines de Lacánsir realmente era un cine. El cine. Un antiguo mastodonte. Lacánsir era otro barrio de Cáledon situado en el norte de la ciudad. En el pasado era un barrio famoso y rico, pero había sido destruido por los bombardeos fascistas y no había sido reconstruido tras las guerras. Así que actualmente no era más que un 'barrio fantasma', de hecho, muchos habitantes de Cáledon así lo llamaban: el barrio fantasma.

Tras años de abandono, todo lo que podía haber tenido un valor o una utilidad se había evaporado así que solo quedaba hormigón, herrumbre oxidada y los tremendos cráteres provocados por las bombas enemigas. Nada más.

En medio del barrio se eleva el antiguo Gran Cinema, construido en su época con gran lujo, escaleras tapizadas en rojo, azafatas, cartelones pintados a mano con la caratula de las películas exhibidas, aperitivos... Se decía que el último rey frecuentaba de incognito el Gran Cinema movido por su lujo y, sobre todo por el surtido de películas que se proyectaban en la sesión golfa, acompañado de azafatas... más bien ligeritas de ropa. Ahora no quedaban ni azafatas, ni alfombras, ni reyes, pero era, con diferencia, la estructura que se mantenía más en pie de todo el barrio.

Para impresionar a muchachos jóvenes y a los amantes de lo sobrenatural, se decía que las almas asesinadas en los bombardeos de Lacánsir aún acudían al Gran Cinema para ver sus películas favoritas. ¡Parece que una procesión de espiritistas farsantes, creyentes y curiosos peregrinaban por las noches para corroborar tales historias! Para una materialista como yo, los vagabundos se refugiaban dentro, encendían hogueras para no pasar frio y ahuyentaban a niños y niñatos susceptibles de ser asustados.

Pero antes de llegar a Lacánsir tuvimos dos urgencias más mundanas: la furgoneta se quedaba sin gasolina y la hijita de Bruno lloraba exigiendo comida. Llevábamos toda la noche sin dormir y estábamos cansados, sedientos y hambrientos.

Paramos en una gasolinera. Solo un momento. Víctor aprovechó para ir al baño, repostamos el depósito, Bruno compró leche para bebe y chocolatinas, agua y café para nosotros... Yo aproveché para hablar con Pablo. Quería disculparme:

-Mira Pablo, en el almacén, yo llegué a pensar…
- Que yo había asesinado al trabajador.
- Sí.

Se hizo el silencio entre los dos.

- ¿Y ahora qué piensas? – me preguntó el muchacho con los ojos fijos en el suelo.
- Sé que no fuiste tú.
- No me conoces. – alzó su mirada y me clavó sus ojos en los míos.
- Pero, no sé, confío en ti. No sé por qué.

Pablo sonrió. Me dio una palmada en el culo, como había sucedido en el trastero del pabellón del hospital y corrió a refugiarse detrás de la furgoneta, consciente de que iba a perseguirle para devolvérsela. Así hice, le alcancé tras un par de vueltas corriendo, como si fuéramos niños jugando, le di un puntapié en su culo, nos reímos y, viendo que Víctor y Bruno ya estaban listos y nos miraban divertidos, nos subimos al vehículo con una pizca de vergüenza y unas amplias sonrisas.

Pero no estábamos solos en la gasolinera. Al parecer Número 2 había desplegado a sus hombres con la esperanza de localizarnos: lugares de paso frecuente, grades superficies comerciales, hostales y pensiones de mala fama, cualquier tugurio donde esconderse… No le faltaban recursos al mercenario y parecía contar con una tela de araña más tupida que la de la policía. En nuestra gasolinera había uno de sus chivato que nos reconoció e informó a su jefe. Era cuestión de tiempo que nos descubrieran. Aunque hubiéramos continuado dando vueltas por la ciudad, inevitablemente BAB, policía o paramilitares tenían que dar con nosotros.

Desde ese momento, no solo nos seguiría la ciega, también un helicóptero de los paramilitares.

martes, 4 de diciembre de 2012

Capítulo 3, la última bolchevique 1.

- La policía actuó primero en un almacén abandonado del Polígono Este. Allí hubo un tiroteo y dos cadáveres. 

Era la voz de un hombre mayor, se escuchaba procedente de una pantalla. Su resplandor era la única luz que iluminaba aquel cuarto oscuro. Levemente se percibía una silueta de hombre. Alguien que escuchaba con atención aquellas palabras. Era "Número 2". Como sabíamos, había logrado escapar del hospital. Pero no estaba intacto. La oreja derecha la tenía vendada, y la cara la tenía llena de arañazos y cicatrices. En su ojo derecho había una notable hemorragia interna. Estaba sentado en un sillón, concentrado en la pantalla. 

- Inmediatamente, -continuó aquella voz - diversas patrullas policiales abordaron nueve pisos del populoso barrio de la Colmena. En al menos tres, la situación derivó en incendios. La prensa no ha dicho nada, tan sólo que el más grave de los incendios fue producto de un escape de gas. 
- ¿Gas en La Colmena? - señaló con sorna "Número 2" – La prensa es estúpida. ¿Qué será lo próximo? ¿Qué lo del hospital fue por un cortocircuito? 
- Ya ves, Número 2. En el Ministerio Especial de Pacificación hay mucho caos estos días, luchas de poder, intrigas, ya no trabajan bien. No obstante, aunque Número 1 piensa que lo tuyo en el hospital ha sido muy poco sutil, el resultado sí es satisfactorio. Nuestros socios están muy contentos porque el miedo a la guerra y al bolchevismo ha vuelto a avivarse. 

A Número 2 le aburrían aquellas discusiones políticas. Se lo hizo notar a su contacto con Número 1 mediante un bostezo. 

- Está bien. Continúo: De esos nueve pisos, ocho corresponden a trabajadores de una factoría cercana de Cia+Fia. El noveno, a los padres de una de esos ocho. Es precisamente uno de los cadáveres del almacén: una mujer que hemos identificado como veterana de las milicias de Jaime en la guerra antifascista, casada con otro antiguo miliciano. Ambos en la unidad militar de la Exiliada. 

Número 2 le interrumpió. 

- ¡La Exiliada! 
- Número 1 está convencido de que todo ese lío lo ha vuelto a provocar tu amiga, por eso me ha ordenado que me ponga en contacto contigo Número 2. Quiere darte otra oportunidad. 
- No le fallaré. Ya he invertido mucho en este asunto. Es algo personal. 

Calculo que Número 2 recibió aquellas instrucciones mientras nosotros escapábamos de La Colmena con Bruno y su bebé. Lo cuento ahora porque creo que es mejor seguir un orden cronológico en el relato, aunque yo no estuviera presente. Así me ahorro de explicaciones complicadas cuando más adelante me volví a encontrar con aquel mercenario. Por supuesto, donde hay un "Número 2", tiene que haber un "Número 1" que yo aún no conocía. 

Pero volviendo a nuestra huida de la Colmena. Os podéis imaginar cómo se encontraba Bruno. Lo de su mujer... ¡uf! 

Para mí todo aquello también era complicado. Gloria había servido en mi batallón, junto con Bruno. Ya durante la guerra creo que se liaron un par de veces. Unos polvillos inocentes entre batalla y batalla. Ambos estaban en mecánica, arreglando los instrumentos, armas, vehículos... aunque en los momentos más complicados, también se ponían a pegar tiros. De los dos, con el que más relación tuve fue con Bruno. Me parecía el más serio, el más eficiente, leal... Gloria siempre me pareció un poco aventurera y frívola... pero ¡diablos! no como para que se convirtiera en una traidora capaz de delatarnos a todos. 

Supongo que todo cambió cuando tuvo al bebé. Todo cambia cuando se tiene un bebé. Eso dicen. Tiene sentido. ¿Pero fiarse de las BAB para salvar a su familia? Es de locos... y también es una demostración del grado de desmoralización que domina a todos los que en su día luchamos en las guerras. Sólo te conviertes en un delator si piensas que la causa está perdida... si piensas que no hay nada que hacer excepto salvar tu propio pellejo y, sobre todo, el pellejo de aquellos a los que quieres. ¿De qué le valió a Gloria? 

Aún hoy no puedo olvidar a ese comisario gordinflón. Salvando a la hija de Bruno se estaba condenando a si mismo... es curioso que un acto tan digno saliera de un miembro de las cloacas del Estado. Eso significa que el poder de la República no es todopoderoso... Si aquellos que tienen que protegerla, protestan contra sus injusticias... ¿no es eso un síntoma de tremenda debilidad, más que de fortaleza? 

Pensaba en todo esto mientras sujetaba la mano a Bruno. Mi compañero miraba desolado a su bebé mientras, sin duda, no dejaba de darle vueltas a la muerte de Gloria. No había abierto la boca en todo el viaje. 

Pablo conducía la furgoneta acompañado por Víctor en la cabina. No sabíamos muy bien dónde ir. Dábamos vueltas por barrios alejados de la ciudad. Pablo insistía en Davenport, pero Víctor se imaginaba controles en las principales salidas de Cáledon. ¿No les habíamos dicho a los trabajadores que huyeran de la ciudad? ¿Qué se refugiaran en el segundo motel y todo eso? Víctor se limitó a explicar que algunos se salvarían y otros no, que él no se imaginaba un operativo tan brutal, capaz de prender fuego a un populoso barrio. Pero Cáledon tampoco era un lugar seguro. Teníamos que decidir qué hacer. 

Sonó entonces el móvil seguro de Bruno. Bruno no tenía ganas de atenderlo y me lo pasó a mí. Me puse y reconocí la voz de una de las gemelas. 

- ¿Aral? ¿Lara? 
- ¿Quién eres? ¿Dónde está Bruno? 
- Bruno no está en condiciones de ponerse. Soy la Exiliada. 

Se hizo un instante de silencio. 

- ¿Por qué nos mentisteis? Da igual. Mira todo lo que has provocado Exiliada - Traté de explicarme, pero la gemela, la que fuera, probablemente Aral, me interrumpió - Escúchame. En cuanto nos enteramos de lo que pasó supimos que aún seguías en Cáledon. Ella quiere verte. 
- ¿Ella? ¿Quién es ella? - Bruno me miró sin saber nada al respecto. 
- La conoces. Te estaba esperando. Bruno conoce los cines de Lacánsir. Dirigíos allí. Os recogeremos y os daremos protección.

Y la gemela colgó. 

- Parece que conoceremos al verdadero cerebro de la red - dijo Víctor. - Estaba claro que detrás de todo no podían estar simplemente esas gemelas simplemente.

Capítulo 2, el manitas 13.

Bruno condujo frenético la furgoneta hacia la casa de los padres de Gloria. Estuvimos a punto de comernos un control policial, lo que hubiera traído nefastas consecuencias. Pablo lo vio a tiempo y, robándole el pedal a Bruno, pisó el freno. Estábamos cometiendo una locura y nos iban a atrapar. Aunque tardáramos más tiempo, teníamos que velar por nuestra seguridad. Bruno, lógicamente no lo entendía porque sabía que el tiempo corría en nuestra contra. Y tenía razón, porque después de varias maniobras, el reflejo de un fuego distante nos trajo muy malos augurios: 

- Desde aquí es mejor que vayamos andando - recomendó Pablo. 

Así hicimos. Fuimos andando lentamente, mirando a izquierda y derecha, avanzando hacia La Colmena. Y esos malos augurios parecían cada vez más siniestros: El reflejo del fuego que nos iluminaba procedía precisamente del bloque de viviendas donde se encontraba la casa de los suegros de Bruno. 

A medida que nos acercábamos se escucharon con más claridad las sirenas. Sirenas de policía, bomberos y ambulancia. Cada vez había más trasiego, vecinos evacuados, mirones, los sacrificados bomberos luchando contra el fuego con pocos medios y recursos... Las ambulancias también llegaban y todo estaba acordonado por la policía. Llegados a un punto todos nos detuvimos salvo Bruno, que seguía avanzando como un loco, pero cada paso que daba era más peligroso. 

Traté de detenerle: 

- ¡No podemos avanzar más! ¡Esto está lleno de policías! - recuerdo que le dije, cruzándome en su camino, pero Bruno me ignoraba. Sólo atendía al fuego y al horror que le causaba pensar que ya era tarde, que su bebé había muerto pasto de las llamas. 

Fue Pablo el que logró cortar el temerario avance de Bruno. Le agarró primero del brazo y, al no lograr frenarle, le propinó un puñetazo en la cara. Bruno por fin reaccionó, mientras el muchacho se dolía la mano con la que había golpeado al abatido padre. 

El manitas, mi compañero de armas en la milicia, estaba desolado. Y no era para menos. Se sentó en un bordillo de la acera con el rojo de las llamas brillándole en la calva. Se llevó las manos a la cara. Esa era la noche más terrible de toda su vida. No había masacre en la guerra, ofensiva salvaje o herida grave que pudiera compararse a lo que esa noche sentía. Bruno estaba hundido y desgarrado. 

Escuchamos algo. Primero un ruido. Luego el llanto de un bebé. Bruno se incorporó como un resorte. 

De un callejón oscuro emergía una sombra. Una sombra gorda que avanzaba lentamente sujetando algo con los dos brazos. Nos acercamos. Era el comisario Santos. No lo conocíamos, pero no lo olvidaremos. Llevaba el bebé de Bruno en brazos. El comisario estaba empapado de sudor y de whisky. Tenía los ojos desorbitados y la cara pálida. 

- ¡Márchense de aquí! - nos dijo - El coronel Saúl tiene agentes suyos por toda la zona. Uno de mis muchachos pudo salvar a su bebé de toda esta locura. 

El comisario le entregó el bebé a Bruno. Mi compañero no cabía en sí de gozo. Había dado por perdida a su hija, ahora gracias a aquel desconocido la recuperaba. 

- Me había convencido de que la guerra había terminado –continuó hablando Santos- Pero no es así ¿verdad? 

La pregunta del comisario no era retórica. Realmente aquel hombre se estaba cuestionando todo. Toda su vida, todas sus creencias… Bruno ya sólo atendía a su bebe, que babeaba y sonreía como si no hubiera pasado nada, pero yo, en cambio, sí presté atención a aquel policía que miraba al bebé como hipnotizado. 

- No descansaran hasta que la capturen, muchacha – me dijo- Y no les importará dejar un reguero de sangre a su paso. ¡Márchense de Cáledon! ¡Abandonen la República! Mientras estén aquí, no dejará de morir gente inocente. 

Y tras estas palabras Santos se fue, se alejó y tal y como había venido desapareció en la oscuridad. 

- Apestaba a alcohol - dijo Pablo con frivolidad. 

A mí sin embargo me había causado una enorme emoción. No podía dejar de pensar en sus palabras: “Mientras estén aquí, no dejará de morir gente inocente”. Pensé que todo lo que sucedía era por mi culpa. Si no me largaba de la República, más inocentes morirían. Aquel bebé había estado a punto de morir, de no ser por un desinteresado desconocido. Uno de esos héroes anónimos que en los momentos más peligrosos surgen de entre la gente normal. Me despedí mentalmente de Santos, que seguramente avanzaba, lentamente, pesado, hacia su muerte. ¡Y que además, muy probablemente era consciente de ello! No perdí más tiempo y conduje a mis compañeros de vuelta hacia la furgoneta. Dando la espalda a aquel incendio y a las vidas de muchos obreros que lo acababan de perder todo, pasto de las llamas... por mi culpa. 

Lo que yo no sabía era que un agente del coronel Saúl había sospechado de Santos, le había seguido y había escuchado y olfateado nuestra conversación. Digo “olfateado” porque me refiero a la asesina ciega. No le resultó complicado conducirse por La Colmena siguiendo la fetidez de alcohol que dejaba Santos a cada paso. Y a una distancia prudente como para pasar desapercibida, nos escuchó. Con nuestras voces y nuestros olores la ciega podría localizarnos donde quiera que fuésemos. A sus afilados sentidos, superiores a los de una ciega normal, le añadía la tecnología: Más adelante, en un cruce de calles, haciéndose pasar por una inocente chica semita y ciega, tropezó su bastón de manera aparentemente casual con Víctor y, con un movimiento casi imperceptible, coló en un bolsillo de su pantalón una diminuta, muy, muy pequeña pieza de metal. Se trataba de un rastreador. 

*** 

Santos volvió a su puesto junto al incendio. Más que nunca quería dejarlo todo. Plantar pimientos y tomates... Ese era su sueño. 

- Le faltaba a usted muy poco para jubilarse. 

Eran los susurros, casi dulces, del coronel Saúl. El líder de las BAB se elevaba tras el comisario, como siempre acompañado de su oficial. 

- Es una pena comisario. 

A la mañana siguiente. El incendio en la Colmena ya estaba extinguido. Había causado más de veinte muertos y más de sesenta familias se habían quedado sin hogar. Entre las cenizas apareció un cadáver que no estaba afectado por las llamas. Era el de un hombre, un rechoncho y grasiento comisario de policía. Le habían acuchillado en el vientre. Según la prensa oficial, se trataba de un comisario borracho, corrupto e incompetente. Tenía tratos con la mafia y le habían asesinado en un ajuste de cuentas. Punto final.

FIN DEL CAPÍTULO SEGUNDO