- No está. – Me ratificó Víctor, sentado a mi lado en la cena.
- Después de la cena te llevaré ante él – Me prometió Khan, intuyendo a qué se debía mi nerviosismo.
- Es curioso que tanto Orestes como Luisma opten por esconderse y ocultarse con todo lo que está sucediendo… y todo lo que tu presencia ha provocado. – Me comentó Víctor.
- ¿A qué te refieres?
- En New Haven organizaste a las mujeres semitas que lograron rechazar un pogromo fascista. Aquí, no has sido tú, pero has inspirado a otros a lanzar una rebelión masiva contra la mafia… Resulta curioso que a la cabeza de ambos grandes acontecimientos, no se pusieran a la cabeza los insignes bolcheviques. En ambos casos han permanecido a la sobra, fuera de primera línea, ocultos…
-Son buscados, perseguidos por las BAB. Los bolcheviques siempre han visto conveniente preservar a los cuadros, no por cobardía, sino por seguridad.
- Desde luego, la que se expone eres tú –señaló mostrándose preocupado-. ¡Buen trabajo!, en todo caso, te lo quería decir.
- Gracias, pero tú mismo lo has dicho. Aquí no he sido yo. Sin Pablo…
- Pablo ha actuado inspirado por ti. Animado por tu ejemplo. Pero eres tú: allí donde vas logras agrupar a jóvenes de gran valía, como Roger, o aquí la pequeña Melisán. Pero ¿me pregunto qué harás en entornos más hostiles?, ¿dónde no contemos con la irrupción de las masas?, como felizmente ha pasado aquí y en New Haven.
- Hemos tenido suerte. Eso y que creo que el ambiente político no es tan negro como le gustaría al gobierno. A pesar de las guerras y la represión, veo que toda una nueva capa de revolucionarios está dispuesta para la lucha.
- No creo que sólo lo veas tú. Aunque el gobierno diga otra cosa, seguro que también lo perciben… ¡y no les gustará ni un pelo! Lo que me preocupa es que… no sé… tú lo ves, el gobierno lo ve… ¿crees que los antiguos dirigentes bolcheviques, Verónica, Orestes, Luisma…, crees que ellos lo ven?
La pregunta de Víctor me hizo reflexionar… En el exilio se hablaba de que el efecto de las guerras y de la represión duraría décadas. Se ponían otros ejemplos históricos de cómo la eliminación física de la vanguardia necesitaba tiempo, necesitaba años para cicatrizar, para que surgiera una nueva capa fresca, sin la carga del pasado. Sin embargo, quizás, pese a la censura, la rebelión en Sumailati tenía algo que ver. Quizás como otras revoluciones, siempre contagiosas, lo que pasaba en las Potencias Fascistas inevitablemente influía en la lucha de clases aquí, en la República. Ni Verónica ni Orestes parecían tener todo esto en cuenta. Quizás Luisma, uno de los mayores talentos teóricos del antiguo Comité Central, si cuenta con un análisis más certero de la actual situación política.
- ¡Prepárate Exiliada! – profetizó Víctor arrancándome de mis reflexiones -. Porque si hasta ahora has contado con las masas de tu parte… es muy probable que, en nuestro próximo destino, las cosas no vayan tan bien.
Khan cumplió con su palabra, aunque sólo después de entrantes, primer plato, segundo plato, postre y abundante vino… demasiado para mí en una cena. Un poco mareada por la bebida, dejé a mis compañeros en el templo-escuela y regresé al sistema de alcantarillados de la noche anterior, otra vez con Melisán y Trotsky, pero también con el anciano que actuaba de guía. Pero ahora no nos dirigíamos al palacete de Rose, así que, aunque para mi todos los túneles eran iguales, así que seguimos un camino diferente. Llegamos a un túnel sin salida salvo por una escalerilla de ascenso. Khan me indicó que el antiguo dirigente bolchevique me esperaba arriba. Ellos me esperarían allí abajo. Subí la escalerilla y abrí una trampilla que me dejaba pasar a un container completamente cerrado, pero iluminado eléctricamente. Pese a que no pude ver ninguna ventilación, el aire no estaba viciado. Era un container confortable, aunque no llegaba ni de lejos al clima hogareño que Melisán había conseguido en el suyo. Éste era mucho más espartano. Y ahí dentro, sentado en una silla de madera, me esperaba Luisma, más envejecido y apagado de lo que le recordaba.
- Bienvenida Exiliada.
- Hola Luisma – le respondí.
Pese al saludo, Luisma permanecía en silencio. Observándome con gesto cansado. No sabía muy bien que decirle, pero estaba claro que me correspondía a mí romper el hielo:
- Prefiero el container de Melisán. – le dije, por decir algo, aunque el comentario fue bien recibido, porque el antiguo bolchevique sonrió levemente.
- Es austero… inevitablemente –comenzó a explicarme-. Tengo que protegerme. La mafia piensa que guardo un importante documento y han puesto precio a mi cabeza.
- ¿No tienes tú el documento? –Pregunté extrañada- Todo el mundo dice que lo guarda un bolchevique.
- Pero yo ya no soy bolchevique, Exiliada.
"¡Claro!", pensé, "el documento ha estado cerca mía en todo momento. Incluso Número 2 tuvo la posibilidad de conseguirlo". Disfruté con el descubrimiento que había hecho y volví a atender a Luisma.
- Sígueme - me indicó, mientras al presionar un botón se accionaba un dispositivo mecánico. Sonaba como unas poleas, un ruido que en el puerto pasaría bastante desapercibido. El dispositivo hizo desplegar, en uno de los laterales del container, una rampa, mientras que en el techo se abría una trampilla. Subimos los dos y pude contemplar una bella estampa del puerto de Davenport nocturno: las luces de grúas y barcos, la negrura del mar, el cielo encapotado... La sal marina inundaba mis pulmones y de fondo se oía un leve traqueteo del trabajo portuario.
- Los trabajadores del puerto son muy ingeniosos - me explicó-. Este container lo usaban para el contrabando... de personas. De mujeres, específicamente. Aparentemente cerrado herméticamente, está perfectamente ventilado y la carga entraba y salía por esta rampa.
Nos quedamos un instante mirando el puerto. El mar parecía agitado y sus olas se oían rugir. Soplaba una leve brisa pero las nubes parecían a punto de descargar lluvia.
- Perdona Exiliada. Debía ponerte a prueba. Orestes nos instruyó al respecto por si reaparecías.
- He estado con él en New Haven.
- Sinceramente, ¡No me importa! Yo ya no soy bolchevique. Hace tiempo que perdí la ilusión, la esperanza. Sólo me escondo. Me oculto de mis enemigos esperando mi hora. No hay nada que podamos hacer.
-¿Cómo puedes decir eso después de lo que han hecho hoy los estibadores? – estaba sorprendida y, a la vez, indignada con la actitud completamente desmoralizada de Luisma.
-¿Qué han hecho? Simplemente conseguirán que las dos mafias comiencen a colaborar para recuperar el control de la ciudad... Eso si no intervienen las BAB, alarmadas las autoridades por lo sucedido.
-¿Cómo puedes hablar así? – Me recordó a Orestes, enumerando los riesgos que yo había provocado al organizar a las semitas.
- Hubo un tiempo en que tenía claro que resistir es vencer, pero ahora estoy roto, fracturado. No sé, quizás eso me afectó cuando Jaime y tú decidisteis luchar contra los fascistas. Creo que mi juicio no era claro. Exiliada, desmoralizado no se puede militar, en seguida empezaría a teorizar mi estado de ánimo, es inevitable. ¡Lo he visto tantas veces! Cuando me di cuenta de como me encontraba decidí apartarme de todo.
Luisma me hablaba dándome la espalda, como si se avergonzara de mirarme.
- Hace mucho tiempo, Cayo pronosticó que tú podrías reconstruir el Partido. Que eras la única con fuerza suficiente como para hacerlo. Orestes no estaba de acuerdo, pero para protegerte te enviamos al exilio.
- ¡Verónica dice que ella está reconstruyendo el Partido!
- ¿Verónica? - preguntó contrariado Luisma por primera vez girándose y mirándome a la cara.
- Sí.
- Pensaba que había muerto. No sabía nada de ella desde que el gobierno atacó el centro.
- Me ha pedido que nos reunamos todos en Cáledon, en los cines de Lacánsir, para discutir una estrategia conjunta para reconstruir el Partido.
Luisma se quedó pensativo. Mientras, yo le daba vueltas a sus palabras, a eso de que me enviaron al exilio para protegerme.
- Nos buscas. Tal como pronostico Cayo. ¿Has estado con Orestes me decías? - asentí - ¿No con Cayo? Busca a Cayo. No se donde está. El podrá explicarte más.
- ¿Qué vas a hacer?
- Me intriga lo que pueda estar tramando Verónica. No debería. Esa reunión es un error. Pero volveré a Cáledon. Tú busca a Cayo.
Así haré, me dije a mi misma.
Al volver al alcantarillado donde Khan y Melisán me esperaban, miré con complicidad a Trotsky. Por cómo estaba todo de oscuro, preferí esperar a que saliéramos afuera. Ya con algo de luz y sin la peste fétida de las aguas residuales, me detuve un momento junto al perro y me fijé en su collar. “¡Ahí está!”, pensé. Me agaché a su lado y le acaricié el lomo. El me lo agradeció intentando lamerme. "¡Qué mejor bolchevique que tú!", pensé, mientras continuaba con las caricias, más que merecidas. Khan y Melisán sonreían mientras me miraban con Trotsky.
- El barco donde pondremos a salvo los documentos parte esta madrugada - me dijo Khan -. Si queréis podéis subir a bordo y dejar la República.
Lo pensé por un instante… y me imaginé a mi misma marchándome definitivamente.
- No. He decidido quedarme - les dije mientras me incorporaba y reanudábamos la marcha en dirección al container de Melisán.
- Toma. Es lo que he podido conseguir.
Khan me ofreció un sobre. Dentro había papeles para cuatro personas: para mí y mis tres compañeros. Eramos una familia –un tanto original, hay que decir- con un padre anciano y viudo y sus tres hijos, un varón joven y dos chicas, una de ellas una negra adoptada. También había algo de dinero.
- Muchas gracias - les dije -. Ahora tenéis que tener cuidado. Los mafiosos se vengaran.
- Lo sabemos. Pero estaremos preparados - me tranquilizó el anciano.
- Y yo voy a organizar a los demás jóvenes. Quiero ser una bolchevique - me reveló Melisán desplegando una poderosa vitalidad y energía -. ¡Yo y Trotsky!
El perro respondió a las palabras de la muchacha con ladridos alegres y meneando su cola. Parecía tan entusiasmado como Melisán.