Relatos de Jjojismos

· La última bolchevique (concluido), una mujer regresa del exilio y se encuentra con un país devastado por la guerra. Perseguida, deberá aliarse con los compañeros que la traicionaron para luchar por su supervivencia.
· Una nueva historia (en proceso), 1913, han asesinado al hijo de un importante empresario, el detective Jhan, un troglo, no cree que el sospechoso detenido, un trabajador de oficinas mamón, sea el verdadero asesino.
· Jaime (en proceso), la secuela de La última bolchevique. Bella, colaboradora de los nuevos bolcheviques se lanza a la búsqueda del a la par odiado y amado Jaime para evitar una nueva guerra.
· La muerte de Ishtar (en proceso), nos situamos a finales del siglo IV, principios del V. La nueva religión cristiana se abre paso frente a las antiguas creencias paganas. Dos mundos chocan y luchan entre intrigas, persecuciones y aventuras.

lunes, 11 de febrero de 2013

Capítulo 5, el tartamudo 4

Con los primeros rayos del sol llegamos, ya a salvo, a la casa del pueblo de New Haven para refugiarnos en sus subterráneos. Por insistencia de Víctor atamos a Helena a una silla. El anciano no aprobaba mi decisión de traerla, incluso de haberla dejado con vida. Le prometí que si su vida volvía a peligrar yo misma me encargaría de la ciega. Mientras tanto, le lavé la herida de bala que tenía. No era grave pero había perdido mucha sangre. Roger me dio un pequeño botiquín con agua oxigenada, vendas y esparadrapo. 


El estudiante estaba desolado. No sólo no había conseguido nada a cerca del pogromo contra los semitas, sino que la alta sociedad le había visto ayudándome y era muy probable que le hubiesen identificado. De esta situación ni sus influyentes padres podrían sacarle. Su móvil no dejaba de sonar: eran ellos, sus padres, pero harto de escuchar aquella maldita sintonía y sin ninguna intención de responder, decidió apagarlo y lo arrojó a unos escombros del subterráneo. Roger parecía desencajado. Pensándolo ahora bien, creo que en aquellos momentos, yo no estuve muy sensible, ni muchísimo menos, con él, ya que, ignorando por completo su abatimiento, yo no dejaba de preguntarle por Orestes, por el paradero del viejo bolchevique. Tras deshacerse de su móvil, seguramente hastiado por mi insistencia, Roger me miró con los ojos vidriosos para a continuación ocultar su cara entre sus manos y continuar sollozando. 

-¡Todo esto n...no ha servido de nada! ¡De nada! - exclamaba entre lagrimas. 
- ¡Aun tenemos una oportunidad! 

Fue Helena la que dijo aquello. Aun estaba débil por la herida, pero ya había recuperado el conocimiento. 

-¡Aun tenemos una oportunidad! 

Llamó la atención de todos, especialmente de Roger que, desesperado, era justo lo que quería oír. Víctor se interpuso hecho una furia. 

- ¡Basta! Ha sido un error traerla aquí. ¡Pablo! Mátala. 

Pablo me miró como si esperara instrucciones. Entonces me di cuenta que el ascendente de Víctor sobre Pablo era muy fuerte y sólo yo podía evitar un asesinato, una ejecución. 

-¡Pablo! - insistió Víctor 
-¡No!, de...dejémosla hablar - rogó Roger. 

Di la razón a Roger y los ojos de Pablo se enrojecieron. Lanzó una mirada de odio a Víctor y salió de la habitación dando un portazo. 

Nos volvimos todos hacia Helena que parecía relajada, casi esbozando una sonrisa. 

- Es una asesina astuta. Volverá a tendernos una trampa –insistía Víctor. 
- ¡No! - respondió categóricamente Helena. - Me salvaste la vida, Exiliada, cuando podíais haberme dejado morir. Te puedo asegurar que los fascistas no veían en mí a un agente de las BAB sino a una zorra mora al lado de una bolchevique. 
- Yo ya no soy bolchevique. 
- ¡Qué importa! – La ciega sufría por la herida - Mi vida te pertenece Exiliada. Sé que fue gracias a ti por lo que estoy viva. Soy una asesina, pero me gusta pensar que tengo honor. Te debo la vida y no te traicionare. Ni a ti, ni a los tuyos - y giró su rostro ciego hacia Víctor que enrojecía de rabia al escuchar sus palabras. 
- De...decías que aun había u...una oportunidad - intervino Roger impaciente. 
- En la fiesta escuché muchas cosas. Sé cuándo será el pogromo, incluso en qué campamento en concreto. Aun estamos a tiempo de avisar a los jornaleros. Pero tendréis que confiar en mí - Y la ciega elevó lo que pudo sus muñecas pidiendo ser desatada. 
-¿Cómo sabremos que no intentarás asesinar a Víctor? 
- Realmente no lo sabéis, pero él ya no es mi objetivo. Ya no. 
- Cuando ibas a asesinarme me dijiste que querías ganarte su confianza - dijo Víctor malhumorado refiriéndose a mí. 
- Llevo mucho tiempo queriendo vengarme de Saúl. Esta era mi oportunidad. Él se juega mucho con tu captura, Exiliada, pero he fallado. Ahora solo puedo vengarme ayudándote. 
-¿Sólo te mueve el odio? - le pregunté 
- Sí, hasta ahora... 

La miré durante un instante que me pareció eterno. ¡Esa maldita mujer! Me confundía, me atraía, la creía... ¿O quería creerla? Era muy arriesgado. Ella era de las BAB, una asesina muy peligrosa. Sin embargo todas esas dudas y precauciones eran inútiles. La decisión de liberarla hacia tiempo que la había tomado.

domingo, 10 de febrero de 2013

Capítulo 5, el tartamudo 3

Miré por las ventanas traseras de la furgoneta. Cada vez más pequeñita, cada vez más alejada, Helena resistía la acometida de los fascistas hasta que un disparo le alcanzó. Cayó al suelo. Incluso herida intentaba defenderse. 


-¡No podemos dejarla ahí! – exclamé. 
- ¡Ha intentado matarme! ¡Trabaja para las BAB! - gritó Víctor 
- A mi me dijo que e…e…es u...usted el que trabaja para las BA…A…AB - dijo Roger con mucho esfuerzo. 
- ¡Vuelve a por ella Pablo! - le ordené al conductor. Pablo me miró preocupado. Saqué mi pistola y se lo repetí: - ¡Vuelve a por ella! 

De muy mala gana, Pablo me obedeció. Bruscamente dio media vuelta y aceleró para sorprender a los fascistas. 

- ¡Es una locura! –protestó Víctor 

Pasé a la cabina y abriendo la ventanilla del copiloto abrí fuego a los fascistas. Estos retrocedieron para protegerse y agruparse, mientras Helena se tambaleaba herida, defendiéndose como podía con el bastón. Pablo frenó lo justo para que Roger abriera la puerta y ayudara a Helena a subir. Yo volví atrás para atenderla. 

- Me has salvado la vida - dijo la ciega emocionada y con dificultades para vocalizar por las heridas y el cansancio. 
- No podía dejarte atrás. 
- ¿Aun siendo de las BAB? –Tosió- Mi objetivo era matar al anciano... 
- Aun siendo de las BAB. 

Y sin darme cuenta me sorprendí a mi misma cogiéndole la mano a la ciega que, derrotada y herida perdió el conocimiento.

sábado, 9 de febrero de 2013

Capítulo 5, el tartamudo 2

- ¡Hola anciano! 


Helena apareció de golpe tras Víctor. El anciano se encontraba sentado sobre una silla de camping pendiente del ordenador de Roger. En el monitor se veía una imagen ampliada del perímetro de la mansión. 

- Eres una agente de Saúl ¿verdad? 

Víctor se levantó lentamente y se giró hacia la ciega. Helena sujetaba su bastón con la mano izquierda mientras con la derecha enfundaba un cuchillo largo y afilado. 

- Pero tú no sabes quién soy - continuó el anciano. 
- No me importa quién eres, viejo. Solo eres mi objetivo. 
- ¿Y puedo preguntarte por qué has liado todo esto sólo para matarme? Un tajo en aquel túnel hubiera terminado con mi vida. 
- Si, pero necesito que ella confíe en mi. 
- ¿Te ha pedido tu amo que la asesines también a ella? 
- No. Él la busca. La encontrará y la capturará, pero si me gano su confianza podré estar presente en ese momento y gracias a ella podré vengarme de Saúl. 
- ¡Eres única ciega! – Exclamó Víctor sonriendo ampliamente-, ¡muy buena!, pero te puede la soberbia. 

Helena no veía la sonrisa socarrona de Víctor, pero hubo otra cosa, inalcanzable para alguien que no fuera ella, que le alarmó: Escuchó un sonido que, aunque imperceptible para Víctor, era el as que guardaba en su manga. 

- Tu rocambolesco plan casi funciona - continuó Víctor tratando de captar de nuevo la atención de Helena, pero ella atendía a otra cosa. 
- En cuanto ese tartaja gordo se fue tambaleándose colina abajo, supe que venias. No estoy sólo. 

Helena se dejó caer al suelo justo a tiempo para evitar que una bala, disparada por Pablo, le alcanzara: sólo le rozó el hiyab. Sin perder ni un segundo, desde el suelo le lanzó su cuchillo con velocidad. Pablo estaba convencido de que la bala alcanzaría a la ciega así que su reacción evitándolo le sorprendió. No obstante, no tenía tiempo para quedarse asombrado con los movimientos de su contrincante: Para esquivar el cuchillo que le lanzó, tuvo que soltar su pistola, pero con un rápido movimiento trató de abalanzarse sobre Helena para intentar golpearla con una vara de metal. No lo logró. 

Pablo estaba entrenado y era muy veloz y ágil. Pero aunque conscientemente intentaba limitar el ruido, su respiración, el chasquido de la hierba bajo sus pies o el olor de su sudor eran rastros suficientemente claros para Helena como para conocer su posición y sus movimientos. La oscuridad del campamento, por otro lado, también ayudaba a la ciega. Víctor encendió una linterna tratando de enfocarla y ayudar a Pablo, pero ella también se movía a gran velocidad. 

Pablo atacaba, llevaba la iniciativa, pero Helena le esquivaba, se movía y contraatacaba. Así lucharon, como un baile diría yo desde el coche, hasta que mi llegada les interrumpió. El rugido del motor de nuestro auto despistó a Helena que estuvo a punto de ser alcanzada por un duro golpe de Pablo, pero la ciega, en esta ocasión con más suerte que maña, pudo alejarse a tiempo. 

No nos olvidemos que no veníamos sólo nosotros: Tras nuestro coche se acercaban los todoterrenos de los fascistas que nos perseguían desde la mansión. Roger frenó el coche dejándolo atravesado en el sendero de acceso al campamento para así dificultar el acceso de los fascistas. Bajamos del vehículo y corrimos colina arriba, hacia la pelea. 

Al verme Pablo se detuvo como si esperara mi aprobación. Me miraba nervioso. Le desagradaba que yo le viera peleando con Helena. Ella, por su parte, no aprovechó ese instante para asestar un golpe decisivo a Pablo. Se mantuvo en silencio, oculta en la oscuridad. 

- ¡Corre a la furgoneta! - Le ordene a Roger, pero el muchacho ya no podía más. Estaba completamente agotado por todas las carreras y esfuerzos de la noche. Hizo un intento de volver a correr, pero no podía: se detuvo exhausto apoyando sus manos sobre sus rodillas, respirando acelerado. 

Fue Pablo el que decidió olvidarse de Helena y correr a por el vehículo: ¡los fascistas se acercaban! Víctor, que de golpe ya no contaba con la protección de Pablo, temía por su vida. Con su mirada buscaba nervioso a Helena, pero no la veía y, como si mi presencia pudiera actual como escudo y barrera frente a un ataque de la ciega, se volvió hacia mí. 

Ya en la furgoneta, Pablo arrancó el motor y vino a recogernos: Roger, Víctor y yo misma pudimos subirnos justo a tiempo de librarnos de los fascistas. Éstos ya estaban en el campamento y pensaban abrir fuego contra nosotros con armas automáticas: éramos un blanco fácil, ¡estábamos perdidos! Pero entonces apareció Helena de entre las sombras y se interpuso entre ellos y nosotros, peleando con su bastón y sus cuchillos como una fiera. 

Podíamos alejarnos y salvar nuestras vidas, dejando a Helena a merced de los fascistas.

domingo, 3 de febrero de 2013

Capítulo 5, el tartamudo 1

Conviene que para entender cómo llegamos a aquella situación, cuente lo que estaba pasando a mi alrededor mientras yo continuaba en la fiesta: 

Roger y Víctor nos esperaban en la colina que el primero había preparado para ser una especie de campamento base. Lo había organizado todo con esmero: aparte del equipo de vigilancia e informático había llevado una tienda de campaña para que desde lejos pareciera el emplazamiento de unos excursionistas. También abundante café, comida y agua, mantas, linternas... Nuestra furgoneta estaba aparcada y escondida tras unos matorrales por si la misión debía abortarse y teníamos que huir. La colina estaba apartada de la carretera que conducía a la mansión, pero eso no evitaba que tuviera fácil acceso. Allí pasaron los dos la noche, monitorizando nuestro coche mientras nos acercábamos a nuestro destino. Cuando entramos se limitaron a esperar, atentos de que en los alrededores no sucediera nada fuera de lo normal. 

Al principio Roger trató de trabar conversación con el anciano, pero Víctor se mostró reservado, cortaba al muchacho con abruptos monosílabos. Finalmente se impuso el silencio. 

Pasado un buen rato, Roger recibió un mensaje en su teléfono móvil. Helena le pedía que se alejara de Víctor y que la llamara, que fuera precavido para que el viejo no se alarmara. Para Roger, Helena era casi una desconocida, pero podía decir lo mismo de nuestro grupo. A mi me recordaba de su infancia en New Haven, también le sonaba Víctor, pero no recordaba de qué... ¿y si le recordaba de algo negativo, de algo peligroso? Sospechaba del anciano. Y al fin y al cabo era Helena la que se había mostrado interesada en ayudarle desde el principio. Esperó unos instantes para que Víctor no asociara sus actos al mensaje recibido y se alejó con la excusa de ir a orinar. Fuera del alcance del anciano llamó a Helena. 

- ¡Tienes que venir a buscar a la Exiliada! Está en peligro. He descubierto que ese viejo es un agente de las BAB. 

Roger no necesitó nada más. Como había planificado cada detalle de la misión, en la tienda de campaña tenía otro esmoquin, éste de su taya, preparado por si se daba la circunstancia de que él mismo tuviera que entrar en la mansión. Siempre fuera del campo visual de Víctor, en silencio, sin decir nada, comenzó a bajar la colina y mientras se alejaba del campamento llamó a sus padres, porque sus padres, famosos doctores de New Haven, estaban invitados a la fiesta y le ayudarían a entrar. Sabía que se jugaba mucho en todo aquello, que se arriesgaba a no poder volver a pisar su ciudad natal, pero Roger, por un lado quería alejarse de aquel anciano sospechoso de ser un espía asesino, y por otro deseaba ayudarnos tanto a Helena como a mi. 

Helena era ciega, pero no una ciega cualquiera. Experta en tecnología de rastreo, señalización y localización, pudo escabullirse de la fiesta y de la mansión como si de un fantasma sigiloso se tratara. Después de engañar a Roger se dirigió a la colina eludiendo los controles visuales que ella misma había ayudado a Roger a colocar y, cuando comprobó que Roger se dirigía a la mansión y que Víctor estaba solo, se dejó caer como una araña sobre su victima.

sábado, 2 de febrero de 2013

Capítulo 4, la ciega 15.

La ventana no estaba del todo cerrada. Pude levantarla sin excesivos problemas, aunque en el movimiento, estuve a punto de caerme un par de veces. Creo que fueron mis ganas de entrar y dejar el bordillo de una vez lo que me dio la agilidad que me faltaba. 

Me encontré en una sala lujosamente adornada. Parecía una biblioteca, pero en lugar de libros guardaba películas, decenas de películas en varios formatos, analógicas y digitales. También había unos sillones ocres en torno a una mesita con botellas de alcohol y... ¡La sala no estaba vacía! En uno de aquellos sillones estaba sentado un hombre maduro y trajeado, mientras una doncella jovencita, arrodillada ante él, le hacía una mamada. El hombre me miraba incrédulo. Se puso de pie apartando a la doncella de un golpe y comenzó a gritar como un loco, llamando a seguridad. Pensé en la pistola, pero la tenía guardada en la mochila, así que sólo me quedaba huir de allí. La ventana no era la salida. Solo me quedaba la puerta. Ignorando los gritos del hombre y la sorpresa y miedo de la muchacha, salí corriendo hacia la puerta mientras buscaba la pistola forcejeando con la mochilita. 

Salí de la sala a un pasillo que a un lado conducía a la sala de las doncellas y al otro a unas escaleras de bajada por donde subían dos mayordomos, los de las casacas, alarmados por los gritos. Entonces sí pude, finalmente, sacar el arma. Al verla en mi mano mi reacción fue instintiva: apunté sin pensarlo a los mayordomos, fijándome que a mi espalda el hombre de la sala no se me acercaba. Los mayordomos, boquiabiertos, levantaron los brazos y se hicieron a un lado sin protestar. Parecía que tenía vía libre. Puse mi pie en el primer escalón de bajada cuando el hombre de la sala se atrevió a salir de la sala sin dejar de gritar indignado. Tratando de no perder los nervios corrí escaleras abajo, apuntando a otros dos mayordomos que acudían avisados por los gritos, pero entonces, ya en la planta inferior, sin verla, una mano me agarró del brazo que portaba el arma. 

- ¡Rápido! Po...por aquí. 

¡Era Roger! Impecable de esmoquin y engominado, con la cara enrojecida me indicaba la puerta principal del palacio. Hacia allí fuimos corriendo, perseguidos ahora por unos matones del servicio de seguridad, probablemente fascistas ya que eran unos musculados cabeza-rapadas, eso sí, trajeados. Empujando a un mayordomo pudimos abrir la puerta de la mansión y salir. Ya en el jardín, más matones con perros se sumaron a la persecución. Se me salía el hígado de tanto correr. Roger no estaba mejor ni mucho menos. Su sobrepeso le pasaba factura: enrojecido y sudando, parecía casi a punto de explotar… sin embargo, pese a que sufría, trataba de no aflojar el ritmo. 

Cuando Roger parecía que ya no podía más, que iba a rendirse, accionó un llavero y un coche entre tantos se iluminó y abrió sus puertas. Montamos a prisa y el estudiante arrancó y pisó el acelerador a fondo, a punto de atropellar a uno de los perros. Nos dispararon. Alcanzaron el coche pero no parecía grave. El siguiente reto era atravesar el portón exterior de la mansión antes de que lo cerraran. Desde el coche veíamos a los guardias de seguridad tratando de impedir nuestra huida, apurados y enfurecidos. Querían cerrar el portón de la finca y dejarnos sin salida. Éste comenzaba a cerrarse. Parecía que no lo íbamos a conseguir. Volvían a dispararnos. La luna posterior fue alcanzada por una de las balas. 

Tuvimos suerte. Por los pelos, a toda velocidad, pudimos atravesar el portón. En la maniobra nos dejamos atrás los retrovisores y de los laterales del coche saltaron chispas, pero lo importante es que lo habíamos logrado y estábamos fuera del recinto vallado. Miré atrás y vi como los matones volvían a abrir el portón y comenzaban a perseguirnos montados en unos coches todoterreno. 

- Nos llamó He…helena. - me comenzó a explicar Roger sin perder de vista el volante ni aflojar el acelerador - M...me dijo que tenía que venir a buscarte, que algo había salido m...mal. Que te buscara co...con las doncellas. Ra…rápidamente hablé con mis pa...padres, pa…para que me colaran en la fiesta… pero me ha visto todo el mundo ayudándote. Ya no hay m…m…marcha atrás. No… no podré volver. 
- ¿y Pablo? – pregunté. 
- N…no lo sé. 
- Vamos al punto de encuentro – ordené impacientada. 
- Nos están pe...pe...persiguiendo. 
- No importa. Algo muy malo está pasando. 

Roger me obedeció resignado y condujo a toda velocidad hacia el punto de encuentro, la colina en la que Víctor y el mismo tenían que vigilar y esperarnos. Aunque pisaba a fondo, apenas nos podíamos despegar de los todoterrenos que nos perseguían. Roger miraba nervioso hacia atrás, resoplaba y maniobraba con el volante para sacar algunos segundos de ventaja. Parecía que lo conseguía, pero cada vez con más esfuerzo. 

Conforme nos acercábamos a la colina comencé a distinguir dos siluetas. 

Dos personas, ágiles, acróbatas. Daban saltos y piruetas como si de un circo se tratara. Parecía como un baile… movimientos acompasados e incluso rítmicos. Pero no era un baile: ¿peleaban? Conforme nos acercábamos parecía que una de las figuras portaba un palo alargado, o más bien un bastón. ¿Lo utilizaba como arma? Sin duda era Helena. No me costó adivinar que la otra figura era Pablo. Mis ojos no me engañaban: ya estábamos lo suficientemente cerca para corroborar que eran Helena y Pablo peleando. Luchaba uno contra el otro, pero de una manera que nunca había visto antes. Los dos dominaban las artes marciales. Pablo atacaba y Helena se defendía con su bastón, pero pese a la tremenda habilidad de Pablo, que hacía movimientos imposibles para alcanzar a su adversario, la ciega mantenía la calma y parecía controlar la batalla. A cada pirueta de Pablo, Helena le replicaba evitando el impacto con movimientos rápidos y seguros. ¡Era impresionante!

FIN DEL CAPÍTULO 4