Los prohombres de Barcino ofrecieron al Duque una suntuosa cena. Muchos tipos de carne de caza, vino, miel, legumbres, berenjenas... y música y danza... Trataban de imitar las cenas de las fortunas de las grandes ciudades. Pero el Duque no seguía las, para él, decadentes costumbres paganas y prefería el espartano ambiente cuartelero, cenas más sencillo con gachas y vino. No obstante, por diplomacia tenía que permanecer allí con ellos, escuchando sus sandeces provincianas que en nada le importaban.
Comenzaron los aperitivos con cotilleos de la política local, diplomáticamente escogidos para, supuestamente, no ofender al Duque y a los superiores a los que representaba: Todo eran loas para los cargos recientemente ascendidos y desgracias para los que osaron enfrentarse a los elegidos por el emperador.